martes, 25 de agosto de 2009

Atrapada en La Visita


Una obra colmada de relatos de la vida real, ataviados de ficción.
Historias desgarradoras que hacen llorar. Remueven los cimientos
de la conciencia, propician empatías y recuerdos de vidas iguales.
Desnudan sentimientos. Penetran en las sombras de la mente.
Aflora en los lectores un nivel de asombro rasgando el temor.
Sufrimientos capaces de desestabilizar la mente. Como los huracanes
que devastan a su paso. Historias en escenarios tormentosos que
ocurrieron antes... están ocurriendo ahora... y seguirán pasando...
La autora pretende involucrarnos a todos, despertar conciencias,
llevarnos a un nivel de compromiso. Orillarnos a cuestionarnos.
Llegar al entendimiento de que a todos nos concierne.
Reconocer de que puede estar ocurriendo ahí...tan cerca...en nuestro
entorno. Y así sienta en la misma mesa, como en los banquetes, a los
entendidos, para exigir explicaciones, soluciones a semejante desesperación.
Como la búsqueda de esa luz que alumbra en las penumbras.
Atrapada en la Visita contiene otros relatos, más cotidianos, menos
borrascosos. Ocurren fuera del claustro. Atrapada en la Visita esparce
propuestas de esperanza. Fórmulas para el éxito. Aborda la política.
Es como entrelazar dos mundos en el que cada uno tiene su propio mundo.
Los de adentro. Los de afuera.

Dedicatorias

A mi abuela. Está en mi como una impronta, su
ejemplo de orgullo,dignidad y sabiduría jamás lo
olvidaré. No pasa un día sin que piense en ella.
A mi madre. Quien me marcó (aunque ella nunca
lo supo) con su valentía y arrojo: al socorrer,
echándose al hombro, sin pensarlo un segundo,
a un niño sangrante y casi moribundo, para socorrerlo.
Gracias a ella por traerme al mundo a disfrutar las
mieles de hacer lo que me gusta.

ATRAPADA EN LA VISITA

Nunca pienso en el
misterio, ni en la
tristeza que me rodea,
sino en todas las cosas
bellas que todavía exisen.
Ana Frank
Diario

I CAPÍTULO
La visitante intrusa


Amaneció nublado. Se respiraba un aire de miseria, de despojo,
además, el día estaba tenso y el ambiente sombrío. Quedé paralizada
en la puerta de la sala, inundada de agua. Creí que estaba soñando.

El piso era de mosaicos marrones, de cuadros grandes. Las paredes
pintadas de un verde añejo deprimente, todas las camas estaban sin
sábanas, sin cubrir, en algunas de ellas yacían cuerpos, cuerpos de mujeres,
algunas encogidas, con la mirada perdida; otras, sencillamente, mirando,
hacia un punto inexistente, otras deamubulaban de un lado para otro, como
fantasmas. En una esquina, una dama de aspecto esquelético, de piel
mustia y áspera, estaba acostada sobre las hileras de hierro de la cama de
acero, se arropaba con una masa de algodón y tela, en el colchón sucio y
maloliente.

Miré a mi alrededor, el cielorraso estaba roto, lleno de círculos oscuros
alrededor, parecían cráteres a punto de nacer, aportaban al entorno un aire
desolador, mostrando abiertamente la desidia y el abandono del lugar.

Me estremecí de dolor, dolor del alma, un dolor impotente, dolor del
espíritu, inmediatamente pensé que cualquiera de nosotros pudiera estar
recluido en este claustro, que reflejaba un marasmo humano, en su expresión
más tétrica. Con horror acepté la realidad de ¡hasta dónde puede degenerar
nuestra especie!

Abruptamente me sacó de mis meditaciones una muchacha, que abrazaba
a una sucia y rota muñeca y ante mis ojos y mi asombro, se sacó el seno de
entre las ropas y ahí sentada en el piso de fríos y desteñidos mosaicos, intentó
amamantar a la muñeca de caucho, mientras le cantaba para arrullarla; de sus
largos y rígidos dedos sacó a flote el índice y el corazón, rodeando el pezón
erecto cariñosamente intentando alimentar a quien en su mente era su hija.

Dos silenciosas lágrimas se deslizaron por mi mejilla bordeando los labios.
El sabor de aquella secreción y la desdicha se unieron en una sola impresión,
pensé que, ni aún llorando, podía remediar aquel cuadro dantesco y estremecedor,
que parecía cotidiano en el entorno. Opté por sentarme a su lado en el suelo,
ella observó, con una mirada perdida, pero tierna -comenzó a hablar-
Tú sabes, yo no puedo dormir por las noches,
-¿por qué?, le pregunté
-tengo un sueño igual siempre
-Cuéntame le dije. Ella titubeo tímidamente, su mirada, por unos instantes,
enfocó a lo lejos.
-Si no quieres, no lo hagas-. Movió la cabeza rápidamente, continuó hablando
-"Sueño que estoy pequeñita, ¡muy pequeñita!, en pañales todavía, mi mamá
me deja sola sentada afuera del cuarto donde vivimos, en una vieja casona a
orillas de la calle, recuerdo que había un plato vacío y una cuchara gris, de metal,
sobre la acera de cemento. Muchas personas pasaban, de un lado para otro.
Parecían caminantes en carnaval. Yo lloraba, tenía frío, tenía miedo y hambre,
sólo me abrigaba un sucio pañal que desde la mañana, ella no me había cambiado.
Atardecía ya. Mi madre adentro, tenía la puerta cerrada, yo estaba del otro
lado solita. Mi madre amándose, encerrada en el cuarto, con un
hombre que yo no conocía, no era mi padre. Me muero de terror, ahí sola,
a merced de cualquiera, indefensa, desamparada. Tenía dos años".
Comprendí, inmediatamente, el por qué de la locura o la evasión del mundo
consciente de esta mujer, que al haber vivido tal experiencia, la misma, logró
marcarla para siempre sumergiéndola en un mundo de tinieblas.

De repente, apareció una mujer, con un rostro inexpresivo, vestía de
blanco, después supe que era la enfermera encargada, muy familiarmente,
y como quien quita un pedazo de basura del paso, apartó a esta muchacha de
su camino, con voz que sonaba indiferente le dijo: -Rubia, quítate del paso
y alimenta a tu hija allá, señalándole con el dedo una esquina alejada en el
inhóspito recinto.

Me levante, me alisé la ropa con la mano, como dispuesta a emprender
otra tarea. Moví la cabeza de un lado para otro desalentada, seguí caminando
hasta el baño para llenar un vaso con agua.

De súbito, casi mis ojos se salen de sus órbitas, al ver a alguien que parecía
una mujer bañandose en su propio excremento y orines. Se le apreciaba un rostro
risueño y la mirada perdida, el baño se lo hacía lentamente, parecía un ritual,
restregaba por todo su cuerpo la mezcla inmunda de materia asquerosa, sin
prisa, como incrustándose y esparciendo, al mismo tiempo, su propia suciedad,
para sellarla en una sola, con ella. Pero la sacó de su repugnante ceremonia un
chorro fuerte y abrupto de agua. Al voltear la mirada, siguiendo el chorro intruso,
un hombre ataviado con botas hasta la media pierna, negras y plásticas, capote
oscuro, abotonado hasta el cuello, sostenía entre sus manos una descomunal y negra
manguera que escupía el chorro de agua que, como un látigo, sentó a ambos, - a ella
y a la mezcla impúdica rápidamente, en el suelo y contra la pared. Me llevé las
manos a la boca que ahogaron el grito que estaba próximo a protestar por semejante
injusticia. Cavilé sobre la vida, sobre las circustancias de cada persona, sobre la
existencia de cada ser, a su paso por este mundo.

Intenté entender nuestro cerebro de cómo las neuronas nos traicionan, cómo
quedan marcadas con cada experiencia de nuestras vidas; sobre nuestros amores,
sobre nuestras desdichas. Me estremecí, a punto de desfallecer y de claudicar pensé:
Esto es mucho para mí, de un solo golpe, ¿qué hago aquí?. No había terminado de
pensar cuando -¡increíble! - sentí un impacto en mi rostro, fue un golpe seco : petrificada
quedé, sentada en el suelo, muda, sin otra opción, mirando hacia arriba, clamando
clemencia. Una maniática me saludó, se ofendió porque no le contesté el saludo,
me lanzó una gaznatada. Como soy miope, no la vi, y no le devolví el saludo,
reaccionó así. Muchos acá afuera somos incapaces de controlar nuestros impulsos.
Injustamente sólo ellos están adentro.

Me levanté lentamente, como flotando. En el camino mi mente analizaba la
situación. Me pasé suavemente la mano derecha por el rostro, para paliar un
poco el intenso dolor. Llegué a la conclusión de que en este lugar se reclutaba a
los desquiciados oficialmente, me pregunté ¿qué hay de los otros que pululan
entre la sociedad que se dicen cuerdos, se dicen con la psique en orden, sin
embargo, a diario desarrollan conductas cuestionables? ¿Quién tiene el poder
de la verdad absoluta?...
Es posible que estos seres, que fueron tan valientes... para evadirse de la cordura
que la sociedad llama: "trastornados" y alienados que confinan en estos lugares,
a lo mejor sean los cuerdos.











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lunes, 10 de agosto de 2009

Berrinches de una Top

Por Lucía Kusial Singh

La ira nunca carece de motivo, pero pocas veces se trata de un buen motivo.
Benjamín Franklin.


¿Cómo satisface usted su deseo de ser importante?

Dillinger, se enorgullecía de su fama de asesino, asaltante de bancos y bandido
número uno. Es más se aseguraba de que sus víctimas supieran de que era él
el bandolero.
Catalina La Grande, ni siquiera miraba con el rabo del ojo las cartas que
recibía, que no fueran dirigidas a "Su Majestad Imperial".
Acota como detalles importantes el Gurú de las Relaciones Humanas
Dale Carnegie.

La mayoría de los criminales jóvenes y no tan jóvenes, idolatran la Crónica
Roja. Como en las películas, los pintan como héroes. Desde sus confinamientos
en centros carcelarios procuran, por alguna fuente clandestina, enterarse
de su protagonismo en los titulares de los diarios y noticieros televisivos que
los mencionan como si fuesen empresarios exitosos. Su ego explota.
Los canillitas los vocean circulando entre el tráfico denso mañanero, haciendo
malabares, como en las corridas de toros, acudiendo al llamado impaciente de
lectores tempraneros, ansiosos de empaparse de la noticia calientita.
Como cuando sale del horno el pan recién horneado. Tan calientita la reseña
que todavía se cuela la tibieza de la sangre seca dormida sobre las calles,
de algún desafortunado a la espera de la pesquisa policial. Todavía susurrando
el eco del sonido estruendoso de las balas perdidas que han cercenado la vida
de algún parroquiano desprevenido. Chorros de tinta dedicados a la violencia
infernal que peina las calles.

Cuento de Divas

Bailarina adolescente exótica y diferente se pasea plácida, como una muñeca
de ébano oriental, por las calles de Londres. Impacta por su belleza incompa-
rable y rara. Es descubierta. Merci beaucoup, monsieur. Salta a las pasarelas
y brilla como las grandes. Sube como la espuma. Se llena de éxito, fama,
glamour. Enciende escenarios y abarrota plateas. Se la pelean, como monedi-
ta de oro, para que engalane desfiles de moda, elevando a la gloria al diseñador
de turno. Su paga? Millonaria.

La fama la va embriagando, como un caldo que se cocina lentamente.
Golpea paparazzis, destruye cámaras fotográficas que buscan la imagen
exclusiva de las andanzas de la Diva de ébano. Insulta, aporrea con su bolso
de marca el lente que pretende captar su intimidad a todas luces.
El ojo de la cámara, el ojo del fotógrafo, la madre de fotógrafo resultan
averiados. La Diva y su cartera reparten golpes e improperios a diestra y
siniestra. El fotógrafo? Al hospital.

La maid Gaby demanda. La maniquí le lanza con rabia el móvil. Sus vaqueros
de diseñador no aparecen. Por semejante berrinche, la top es castigada con
trabajos comunitarios en un garaje de Manhattan. Misión cumplida. Teatral
como las del agente 007. La supermodelo se saca el mono con que ha barrido.
Se sacude las manos. Se viste de diseñador con un atuendo largo de gala,
camina hacia su deslumbrante auto, sonriente y para nada arrepentida. Al
caer la noche se monta en alguna pasarela, paseándose entre luces, como
reina ofendida. Los flashes de las cámaras no cesan buscando en su rostro
algún signo de arrepentimiento. La Diva? incólume.

La "Venus Negra", la "Musa de Diseñadores" la que consiente sus pies
entre más de mil pares de calzados, la dueña de los Fashion Café, confiesa,
que el hambre le dispara la ira, le agria el humor, le desborda la agresividad,
como dardos desenfrenados.

La British Airways la ha declarado persona non-grata. El te te a te te entre la
tripulación de la línea aérea inglesa y la "Pantera Negra de las pasarelas" sube
como un termómetro con fiebre: Una de sus maletas tomó rumbo desconocido.
No aparece. La furia de la top model crece como cerveza fría, servida en pelea
de gallos.
Los motes que le adjudican son infinitos. Algunos le alimentan el ego y no
le mueven ni solo pelo de su abundante cabellera. Hasta se siente halagada.
Otros ni fu ni fa. Pero esta vez la furia la invadió. Cómo osan llamarla
"la supermodelo Gollinwog". Es un claro signo de discriminación. Protesta.
La otrora muñeca negra, mito de la literatura infantil, con quien su escritora
Florence, encumbró la fantasía de los niños ingleses, en otras épocas, entristeció.

Los apodos, ese signo de identidad al que cada uno responde de forma íntima,
han existido desde tiempos que nuestra memoria no recuerda. Ese sobre-
nombre que te identifica, que te hace único. Con ese sonido al que solo tú
voltearás cuando lo nombran, que se ha mantenido desde tiempos inmemorables.
Ahí está. Como el primer beso de amor. Será siempre eso. Como el primer
beso de enamorados. Único.
Juguemos un rato con los sobrenombres criollos: Fifí, Tita, Pocho, Pepe,
Panchita, Memín, Analú, Rebe, Sandy, Vero. Los famosos tampoco se salvan.
A Nicole Kidman le dicen "Tallo" por su altura. A Denzel Washington le clava-
ron "El Clark Gable Negro". Su capacidad polifacética teatral, similar se lo
adjudica. Jodie Foster "Pequeña Tirana". El amor de su familia se lo endilgó.
La pareja del film taquillero Titanic: Kate Winslet y Leonardo Dicaprio fueron
distinguidos con el mote de "Ballena" y "Bobo" por la gordura de infancia ella
y él quién sabe porqué. Calígula (Cayo César Augusto Germánico). Borró su
nombre real de las neuronas de la historia, para inmortalizarse como el pecu-
liar Calígula.

Fue tal el alboroto y el berrinche, que la fanática de las carreras de Fórmula
Uno armó, con la aerolínea británica, que llegó a oídos del prisionero 46664,
próximo a celebrar, como el personaje famoso que es, su onomástico
rodeado de celebridades. El líder sudafricano se enteró de que la flamante
embajadora de su fundación fue esposada y expulsada del avión inglés por
escupir y agredir a miembros de la policía. Rotulada como persona non-
grata, etiquetada similar a un delincuente, con su fotografía numerada al
pecho. " La diosa negra de las pasarelas" obligó al político sudafricano,
Premio Nobel de la Paz a pasarle liquid paper a su nombre, en la lista de
invitados célebres. La top model que protege y promociona modelos negras,
la que aporreó a su novio italiano, para luego decir, como quién no mata una
mosca, que ella prefiere que en la relación, el hombre lleve los pantalones.
No tuvo más remedio que quedarse castigada por berrinchosa y gritona.
Se le niega el placer de apagar las velitas del cumpleaños feliz de Nelson
Mandela.
El perfume de Bergamota y Red Pepper; el exòtico vestido de diseñador
que seguramente estrenarìa, se quedò en la percha. Quedaron lucièndose
en su esplendoroso chifonier. La Musa de diseñadores se quedò esta vez
sin poder brillar. La pròxima vez serà. La ira es mala consejera Naomi.



Poner en pràctica los principios que Daniel Goleman, autoridad en Inteligencia

Emocional serìa altamente saludable:

ANATOMIA DE LA IRA


Dar rienda suelta a la ira es una de las peores formas de calmarla:
Los estallidos de ira intensifican la excitaciòn del cerebro emocio-
nal, dejando a la persona màs enfurecida, no menos. Se descubriò
que cuando la gente hablaba de momentos en los que se habìa des-
quitado de su furia con la persona que la habìa provocado, el efecto
que lograba era prolongar ese estado de ànimo en lugar de ponerle
fin. Mucho màs eficaz resultaba que la persona primero se calmara
y luego, en un estado de ànimo màs constructivo o firme, se enfrentara
a la persona para resolver la disputa. Con la ira, la sangre fluye a las
manos, y asì resulta màs fàcil tomar un arma y golpear a un enemigo;
el ritmo cardìaco se eleva y un aumento de hormonas como la adrena-
lina genera un ritmo de energìa lo suficientemente fuerte para originar
una acciòn vigorosa.


La mejor forma de enfrentar la ira es no reprimirla. Pero no actuar en
consecuencia.
Chogyam Trungpa, Maestro Tibetano