sábado, 29 de octubre de 2011

Presentacion Atrapada En la Visita


http://www.youtube.com/watch?v=IfMdEveUE8I
II Capítulo

Mi Ciudad

Al día siguiente, decidí no hacer mi visita acostumbrada
al palacio de los alienados y evadirme de ese aterrador
submundo y rodearme, un poco más, de la vida común
y cotidiana de esta ciudad en donde cada uno circula,
socializa y se mueve de acuerdo a sus intereses.
Estacioné mi automóvil, tratando de no mojarme, al
bajarme, con la pertinaz lluvia que de repente, en este
verano aparecía sin avisar.
Me bajé al fin, me mojé un poco, me acerqué, en plena
calle para apreciar algunos cuadros de pintura que en ese
mismo momento un artista creaba con una facilidad y
destrezas asombrosas. Por un momento distraje mi
atención hacia un tablero repleto de billetes de lotería,
la vendedora sostenía su entablado para que los compra-
dores, que se agolpaban alrededor, en busca de una
fortuna sorpresiva y fácil apelando a la benevolencia del
todopoderoso, no derribaran el despliegue de las
oportunidades de la fortuna. Cuando me tocó el turno,
después de sortear a jugadores impacientes, le pedí el
número con que mi vista se había topado al mirar, por
primera vez, el tablero que portaba las bendiciones de
la diosa de fortuna. Mientras ella seleccionaba el número
escogído por mí, volví la mirada para recrearme
embelesada con el trabajo; ¡qué digo trabajo! con el
arte del creador ambulante. Me extasié observándolo
mover en forma fluida y rítmica sus manos mientras
transportaba los pinceles, semejando una danza africana:
coloreando, coqueteando con los colores. Los calientes
matices arropaban el paisaje que él quería lograr;
¡sencillamente era fascinante!. Parecía estar deslizándose
en una tabla en el mar, sorteando las serpenteantes olas
al compás de los rimbombantes rompientes espumosos
cortejando con el viento.
Los turistas maravillados con el talento de este pintor
callejero, compraban los cuadros en su afán por atesorar
una huella de su viaje y el artífice recibía los dólares y,
al mismo tiempo, se persignaba, dándole gracias a Dios
por dotarle de tan maravilloso talento y que, dicho
sea de paso, éste le asegurara la existencia material.
Y así, cuando retornaba a mi automóvil con los diez
pedazos de suerte que había comprado, en la mano,
tropecé con una señora de cabellos albos como la
nieve, estatura mediana, de piel blanca, pero curtida,
la buena casta le traspasaba el atuendo. Por el lugar
en que estábamos y por la forma en que iba ataviada,
me hizo pensar que provenía de casa de sangre azul.
Se me acercó más susurrándome al oído: -Hija mía
¿usted me podrá llevar a la clínica esa que está cerca?...